La congregación de los Pobres Siervos de la Divina Providencia considera su fecha de nacimiento el 26 de noviembre de 1907.

Habiendo nacido en Verona el 8 de octubre de 1873 y ordenado sacerdote el 11 de agosto de 1901, San Juan Calabria desarrolló su ministerio sacerdotal como cooperador en la parroquia urbana de San Esteban y más tarde fue nombrado vicario del oratorio público de San Benito al Monte en 1907, siempre en Verona, encargo que mantuvo hasta 1912.

Ya antes de esta fecha, ‘sintiendo el impulso interior de ser totalmente de Jesús y amar a las almas con amor grandísimo’, se dedicó con especial atención a los muchachos abandonados que la Providencia colocaba en su camino. Luchó de mil modos para encontrarles una casa y educación y a algunos de ellos les hizo un lugar en su pobrísima habitación.

Al aumentar continuamente el número, después de pedir consejo a personas santas y sabias, decidió abrir un refugio en donde estos hijos de Dios, abandonados a sí mismos, pudieran encontrar alimento, educación, instrucción escolar y profesional y sobre todo amor.

Los primeros jovencitos fueron alojados en la casa parroquial de San Benito al Monte; pero el continuo aumento de casos de extrema necesidad lo llevaron a buscar una sede más amplia. La primera Casa abierta con seis, niños, justamente el 26 de noviembre de 1907, en una modesta habitación que las Hermanas de la Sagrada Familia pusieron a su disposición en la parroquia de San Juan in Valle. En su trabajo apostólico recibió ayuda de almas generosas y formó el primer grupo de colaboradores, algunos de los cuales, después de madura reflexión e intensa oración, se le unieron en forma permanente. A éstos los llamó hermanos y quiso que siempre vivieran como tales, dándoles líneas de vida muy sencillas en 1908, 1909, 1910 y 1911.

Sus características extraídas del Evangelio, deberían ser las de ‘considerarse hermanos y como tales amarse unos a otros y ayudarse especialmente en la vida espiritual’; ‘vivir totalmente abandonados en la divina Providencia’, ‘dedicarse con fervor al cuidado de los niños pobres y abandonados, para demostrar al mundo de hoy, tan ateo, tan sin Dios, tan sumergido en el barro, que Dios existe, se preocupa y cuida de sus criaturas’.

Ya desde el inicio pensaba en una nueva Familia religiosa. ‘Las virtudes y los consejos evangélicos deben estar bien grabados en los que desean consagrarse a esta Obra’.

Una Familia religiosa, ‘fundada en la humildad, en el escondimiento total, abandonada por entero y totalmente en la divina Providencia; no pedir nada, rezar mucho; que nadie pague; prohibido todo tipo de publicidad; no conferencias, no reuniones de beneficencia, no agradecimientos públicos, porque Dios no necesita estas cosas y El se ocupa de esta Obra que es totalmente suya. Nosotros busquemos almas, solamente almas. Si hiciéramos cálculos contando con la ayuda de los hombres, la Obra dejaría de ser de Dios’. ‘Los medios terrenales los recibiremos por añadidura, a una sola condición: que busquemos el Reino de Dios y su justicia’.

En el comienzo, la Obra se llamó “Casa Buoni Fanciulli” (Casa de los Niños Buenos), por el campo apostólico en que trabajaba y así siguió llamándose hasta la erección en Congregación religiosa de derecho diocesano, acontecida en 1932, cuando las primeras Constituciones fueron aprobadas por el Obispo de Verona y se realizaron las primeras profesiones religiosas públicas. A partir de este momento, la Obra tomó el nombre de “Congregación de los Pobres Siervos de la Divina Providencia”, conservando (en Italia) el nombre de “Casa Buoni Fanciulli” para sus obras educativas.

En forma paralela al ramo masculino de la Obra, el Padre inició también el femenino que, al desarrollarse con el correr de los años, fue erigido en Congregación religiosa de derecho diocesano en 1952, con el nombre de “Pobres Siervas de la Divina Providencia” y obtuvo la aprobación pontificia en 1981.

Desde el principio el Padre se interesó por las vocaciones sacerdotales o religiosas pobres. Tales vocaciones, según su pensamiento, han de cultivarse y deben ser ayudadas para ofrecerlas a la Iglesia, en espíritu de total desinterés, apertura universal y completa gratuidad. ‘La Obra de la divina Providencia se basa en las creaturas abandonadas, pero éstas son sólo el primer anillo; a éste se unirán otros. Los instrumentos serán precisamente los hermanos y sacerdotes de espíritu apostólico, que vivan dispuestos a todo’. Al desaparecer algunos obstáculos que inicialmente impidieron el desarrollo pleno de este ramo, surgieron varias Casas, en distintas épocas, para recibir vocaciones que de otro modo se hubieran perdido por falta de medios materiales, o por otros motivos.

En 1932, llegó una invitación de la Santa Sede a asumir la cura de almas de algunas zonas de Roma particularmente difíciles. La Obra consideró el hecho como una señal de la Providencia para volcarse al apostolado parroquial, siempre y cuando se dieran las condiciones exigidas por su espíritu.

En 1933 la Providencia mostró signos evidentes de que también el cuidado de ancianos y enfermos pobres entrara en el campo de nuestra misión.

En 1934, después de varios años de oración y de espera, la Obra inició la actividad misionera y, aunque tuvo que interrumpirse después de sólo dos años por graves dificultades que surgieron, renació en otras tierras, siempre en el espíritu de abandono, de gratuidad y de apertura a la Iglesia.

En 1949, tras diecisiete años de desarrollo y de experiencias, la Congregación obtuvo el “Decretum Laudis” de la S. Congregación de los Religiosos, volviéndose así de derecho pontificio. A la sazón se redactó y fue aprobado un nuevo texto de las Constituciones, revisado por el mismo Fundador. Este nuevo texto, modificando substancialmente la primera redacción hecha por la Autoridad diocesana en 1933 (que tanto hizo sufrir al Padre, costándole paciencia, oración y abandono en la voluntad de Dios), reprodujo substancialmente las primeras Normas que él había redactado en 1908.

Después de otros siete años de experiencias, la Congregación obtuvo la definitiva aprobación pontificia en 1956, con un nuevo texto de Constituciones, fiel al de los comienzos y puesto al día con las nuevas exigencias.

Mientras tanto, el 4 de diciembre de 1954 moría el Fundador y tres años más tarde se introdujo el proceso de diocesano para su beatificación.

El 17 de abril de 1988, en Verona, Juan Pablo II de daba oficialmente el título de Beato.

El 18 de abril de 1999 en Roma fue canonizado por el mismo Pontífice.